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Foto del escritorDaniel Castro Adrianzén

El infravalorado placer de conectar con el momento

Actualizado: 26 abr 2021

Solía ir rápido, aun sin tener prisa, porque quería llegar pronto. Manejaba rápido, me inquietaban los semáforos.


Muchas veces ni guardaba el recuerdo del camino recorrido, porque mi mente estaba en llegar rápido y mientras hacía un check list de lo que iba a hacer al llegar como para ir avanzando.


“Hay que hacer las cosas rápido, porque es efectivo y de paso aprovecho el día para hacer más cosas, cuyo proceso de ejecución voy diagramando mentalmente ya mismo”


Y lo mismo hacía mientras me duchaba, cocinaba, limpiaba, escribía y etc. Y no solo de temas laborales, sino de cualquier cosa.


Incluso, en aquellas hermosas épocas que había reuniones sociales, en el taxi de ida, pensaba en como iba a estar la cosa, quien iría, que diría de inicio, etc.


Era un ansioso anticipador de situaciones que nunca pasaban de la forma en la que las diagramaba antes de que pasen. Pero no me daba cuenta de ello, ni de lo que me perdía al estar metido mentalmente en una realidad inexistente : el futuro.




El futuro no existe, y por dicha razón no puede ser controlado ni administrado. Es un flujo constante de posibles situaciones por venir que cambian diametralmente a cada segundo, por la intervención de factores mínimos o poco importantes. El aleteo de la mariposa, la teoría del caos.


Todas las predicciones matemáticas que se puedan hacer tienen un rango de aproximación máximo, pero no absoluto.


Entonces ¿cuál era la razón de estar preparándome mentalmente para un futuro inexistente, o si queremos, fluctuante?


Lo más evidente es que era por ansiedad, pero algo no tan claro, era la búsqueda de un perfeccionismo para la situación entrante de turno.


Entonces, no sólo era un hábito absurdo que servía de poco y al contrario me generaba un estrés al cual ya estaba acostumbrado y no lo “sentía”. Todos nuestros hábitos suceden en automático y de forma desprevenida para nosotros.


Además, me perdía lo que sucedía en el momento, el valioso y único momento que es el instante en el que sentimos el arraigo de la situación que estamos viviendo.


Estar presente en el ahora.


Cuando recordamos un momento hermoso de nuestro pasado, sentimos lo que genera el recuerdo de dicha situación, pero nunca podrá igualar a lo que sentimos durante el momento que la vivimos.


Desde aquella época hasta ahora he vivido una transformación de la cual pensaba poco posible. Qué equivocado estaba. El cambio es consustancial al Ser humano.


Transformar la forma de entender la vida, de practicarla, de intentar disfrutar más los pequeños instantes cotidianos que suelen pasar desapercibidos, de cambiar paradigmas y filtros de interpretación de circunstancias, es de las mejores cosas que me ha pasado. Es como vivir 2 vidas en una, cada una de ellas con sus pro y contras.


Es empezar a entender el camino de la vida de una forma “descontaminada”, más sana para el alma.


Una persona puede cambiar, solo necesita querer hacerlo.


De la mentalidad de velociraptor ansioso que tenía hace algunos años, que quería ir rápida e impulsivamente al destino sin valorar el camino, me estoy convirtiendo en un diplodoco tranquilo, observador prendido, asombrado con lo que le rodea y que disfruta del momento, así este sea poco agradable. Recuperé la capacidad de asombro que nunca debí perder. Asombrarme por poder respirar, caminar, tomar un vaso de agua.


Es decir, intento comprometerme con el momento, disfrutar de lo que pasa en la vida y no en mi cabeza, conectar con la naturaleza, con el asombro de las maravillas que dejamos de valorar.


Sentir el sol en la piel, ver como las copas de los árboles bailan al ritmo del viento, ver los jeroglíficos que se arman en el tronco de los mismos, el color tan normal y hermoso de las flores, ver los ojos de la gente sobre las mascarillas, disfrutar de la caótica ciudad, con sus ruidos, sus luces, sus autos, mirar hacia arriba y ver las terrazas de los edificios.


Sentir el pasto debajo de mis pies, la arena compenetrándose con mi piel, el movimiento del mar que altera a las jocosas gaviotas.


Es una maravilla sentir que aun estás vivo.


Sentarte en el escritorio, acomodarte, poner la música y empezar con las lecciones laborales.



Escuchar las historias que tus abuelos o padres te repiten desde hace mucho, que te las sabes de memoria, pero a ellos les encanta contar su vida. A pesar de esos comentarios que nunca faltan de "ya lo contaste mil veces".


Preguntarles cómo fue, qué sintieron y sentir la melancolía y alegría en sus ojos y voz, mientras se vuelven a sentir jóvenes ilusionados por un instante. Asombrarse como un niño por todo lo que han vivido y lo comparten desde el amor.


Sentir el agua caliente de la ducha recorriendo tu cuerpo, el olor del primer café, sentir como tu cuerpo responde a la cafeína y subes las pulsaciones, sentir la suavidad de la almohada cuando te acuestas.


La vida está llena de numerosos estímulos diarios y cotidianos que si los “re-valoramos” nos llenaremos de plenitud y agradecimiento. Pero por ser “normales”, poco los disfrutamos, ya que preferimos estar metidos en la rueda del hámster: ir muy rápido sin atender a la vida que sucede mientras corremos.


El otro día me senté en la esquina de mi casa. En una zona de jardín de poco acceso, pues está entre una avenida y la espalda de una propiedad grande. Ya había identificado el point, pues suelo pasar cerca de ahí. Me senté y simplemente observé como pasaban los carros, como la gente caminaba o corría al frente, como el sol se iba a dormir o como los perros corrían juguetones en el parque de al lado.


Sentí admiración por la vida y agradecimiento por tener ese estado efervescente único, sin pensar, sin apuros, sin estrés. Mis sentidos estaban en el momento. Sentí como me abrazaba un paz grande y enriquecedora.


Conectar con el momento.


Sentir la arena con los pies y manos, mientras el mar nos habla con tanta sabiduría pero en otro idioma, mientras el sol se despide lentamente para dar paso al globo pálido que ilumina la hermosa oscuridad.


“Tengo capacidad de asombro” me dijo una vez un amigo “me asombro con cualquier cosa, una hormiga, una obra de arte, el mundo es un cúmulo de maravillosas experiencias”.


Tiene razón, maravillosas experiencias que aun comunes, son diferentes cada vez, pues tanto la experiencia como nosotros, somos fluctuantes en este presente cambiante y volátil.


Conectar con el momento.

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